1640: Los segadores heroes del nacionalismo

Corria el año de 1640 .
Llegamos a uno de los momentos esenciales en la historia de España. Tras la hegemonía política y militar española en Europa y América desde los Reyes Católicos hasta Felipe III, el reinado del penúltimo monarca habsburgo, Felipe IV, evidenció el agotamiento de una España desangrada tras siglo y medio de lucha en las cuatro esquinas del globo: guerras contra los ingleses, franceses, holandeses, protestantes, turcos, berberiscos, descubrimiento, conquista y colonización de América y de las Filipinas, etc. 

 
Ante la perspectiva del desmoronamiento del Imperio, el válido de Felipe IV, Conde-Duque de Olivares, intentó aplicar varias medidas para reforzar económica y militarmente al reino. Una de las propuestas de mayor trascendencia fue la Unión de Armas, con la que pretendía involucrar más directamente a los territorios de la antigua Corona de Aragón, que hasta ese momento, debido a la estructura del estado habsbúrgico, si bien participaron en menor medida que los castellanos en la gobernación del Imperio, soportaron muchas menos cargas tributarias y militares que aquéllos.
La política centralista del Conde-Duque, que aconsejó al rey la uniformización jurídica de todos los territorios de España según el modelo de las leyes de Castilla, encontraba oposición entre la aristocracia de los territorios de la antigua Corona de Aragón, sobre todo en Cataluña , pues las Cortes de Aragón y Valencia aceptaron los planes del válido.
En 1635, en el contexto de la Guerra de los Treinta Años, estalló la guerra con la Francia de Richelieu, ante lo que Olivares insistió en la aportación catalana de hombres y dinero, a lo que la Diputación barcelonesa se opuso. El válido se quejó de la indolencia de los catalanes en la defensa del territorio frente a la amenaza francesa, e incluso el Consejo de Ciento barcelonés se opuso en un principio a enviar tropas para socorrer a lo que hoy los nacionalistas llaman "la Cataluña francesa".
Tras unos años (1629-1638) calamitosos de peste y malas cosechas en toda Cataluña, los problemas causados por el alojamiento y el pillaje de los ejércitos reales que tuvieron que ser enviados contra los franceses que habían atacado por El Rosellón en junio de 1639 tras su derrota en Fuenterrabía, provocaron el enfrentamiento y la revuelta en el verano de 1640. Los paisanos se levantaron al grito de !Visca el rei d'Espanya y muiren els traidors!, aunque esto no suele ser recordado por los nacionalistos catalano-mentirosos.
Un testimonio esencial para conocer lo sucedido en aquel tiempo es el de Francisco Manuel de Melo, general portugués al servicio de Felipe IV que fue protagonista directo de los hechos. En las memorias que escribió sobre la guerra de 1640 recogió, con gran simpatía hacia los civiles catalanes y crítica hacia la soldadesca, los diversos hechos que fueron agravando la situación.
Existía en Barcelona la tradición de que el día del Corpus Christi bajasen a la ciudad los segadores de las comarcas vecinas, lo cual sucedió ese año de 1640 en unas circunstancias de desorden que se agravaron por la llegada de esta multitud de campesinos.
"Había entrado el mes de junio, en el cual por uso antiguo de la provincia acostumbraban bajar de toda la montaña hacia Barcelona muchos segadores, la mayor parte hombres disolutos y atrevidos, que lo más del año viven desordenadamente sin casa, oficio o habitación cierta: causan de ordinario movimientos e inquietud en los lugares donde los reciben (...) temían las personas de buen ánimo su llegada, juzgando que las materias presentes podrían dar ocasión a su atrevimiento en perjuicio del sosiego público".
"Señalábase entre todos los sediciosos uno de los segadores, hombre facinerosos y terrible, al cual queriendo prender por haberle conocido un ministro inferior de la justicia (...) resultó de esta contienda ruido entre los dos: quedó herido el segador, a quién ya socorría gran parte de los suyos. Esforzábase más y más uno y otro partido, empero siempre ventajoso el de los segadores. Entonces algunos soldados de milicia que guardaban el palacio del virrey tiraron hacia el tumulto, dando a todos más ocasión que remedio".
Tras la generalización de los desórdenes, los segadores se dieron al saqueo:
"A este tiempo vagaba por la ciudad un confusísimo rumor de armas y voces; cada casa representaba un espectáculo, muchas ardían, muchas se arruinaban, a todas se perdía el respeto y se atrevía la furia: olvidábase el sagrado de los templos, la clausura e inmunidad de las religiones, fue patente el atrevimiento de los homicidas".
Continúa Melo relatando que a los soldados y funcionarios se los mataba y despedazaba, y a los propios barceloneses se les asesinaba bajo acusación de traidores por no apoyar la revuelta y ayudar a los soldados.
"Fueron rotas las cárceles, cobrando no sólo la libertad, más autoridad los delincuentes".
Finalmente las turbas dieron muerte al virrey, Dalmau de Queralt, conde de Santa Coloma, al intentar embarcar para escapar de los amotinados, y continuaron el saqueo. Numerosos testigos presenciales dejaron testimonio de las destrucciones, incendios, asesinatos y despedazamientos de cadáveres que se cometieron.
Esta fue la revuelta de los "segadores", episodio idealizado por el nacionalismo catalan como si se hubiese tratado de un alzamiento nacional y en el que se inspira el que denominan "himno nacional catalán", de reciente creación y enseñado a los niños en los colegios de Cataluña.
Durante el verano de 1640 fue extendiéndose la revuelta social por otras zonas de Cataluña, asesinándose a todo aquél que representase algún poder: funcionarios reales, soldados, nobles o simplemente ricos.
Mientras tanto, la tensión entre el gobierno y la Diputación barcelonesa no hizo sino aumentar, por lo que Olivares dispuso que un ejército entrase en Cataluña para acabar con el desorden. Pero Pau Clarís y otros representantes de la Diputación ya habían comenzado las conversaciones con el gobierno francés en busca de ayuda. A principios de diciembre, mientras el ejército español entraba por el Sur, el ejército francés lo hacía por el Norte.
Poco después, en enero de 1641, por iniciativa de Pau Clarís la Junta de Brazos y el Consejo de Ciento proclamaba a Luis XIII de Francia Conde de Barcelona. Al mes siguiente moría Clarís. Prácticamente nadie -ni el clero, ni la nobleza, ni los responsables municipales, ni el pueblo en su conjunto secundó las decisiones de Clarís y los suyos, a los que consideraban traidores. Los delegados de la Generalidad en los pueblos y comarcas de toda Cataluña conocían mejor que los dirigentes barceloneses el estado de opinión de los catalanes, más adictos a España que a Francia y a dichos dirigentes. Las masivas negativas a acatar las normas emanadas de la Generalidad y de las autoridades francesas tuvieron como consecuencia la prisión, la confiscación y el destierro de muchos y el destierro voluntario de muchos más, aumentando el número de los antifranceses con el paso del tiempo. Aparte de las poblaciones que se habían mantenido fieles a Felipe IV, pronto otras se sumaron a la rebelión contra los franceses, como Reus, Lérida, el valle de Arán, Tarragona, etc.
Además, las impopulares medidas tomadas por el rey francés pronto empezarían a evidenciar a las oligarquías barcelonesas el error cometido. A comienzos de 1643 las autoridades catalanas elevaron al rey francés un memorial de sus desgracias, pues el maltrato por parte de la soldadesca y los desafueros de las autoridades enviadas desde París empezaban a hacer añorar los tiempos anteriores, aún con el Conde-Duque de Olivares incluido.
Pedro de Marca, enviado francés a Cataluña en 1643, Consejero de Estado y posteriormente arzobispo de París, escribía:
"Me he confirmado en la opinión de que en Cataluña todo el mundo tiene mala voluntad para Francia e inclinación por España (...) Tengo todos los días pruebas de que los religiosos, los nobles y el pueblo son muy malintencionados para el servicio del rey (de Francia) (...) ningún partido es pro-francés".
En 1842, con motivo de una reedición de la obra de Melo, el historiador catalán Jaime Tió añadió varios capítulos al original del portugués. Para ello acudió a fuentes documentales coetáneas de los hechos narrados, depositados en el Archivo de la Corona de Aragón, varios de los cuales insertó en el propio texto. Escribe Tió sobre el crecimiento del ambiente pro-español y antifrancés:
"mostráronse hostiles a cara descubierta los paisanos, y mostraban ya más buena faz a los castellanos que a sus aliados, a quienes miraban con adusto ceño. Vitoreóse España en muchas partes, gritóse "muera Francia", y a mansalva pagaron algunos franceses con la vida".
Tras los repetidos reveses del ejército francés, muchos catalanes fueron encaminándose hacia Barcelona junto con los ejércitos españoles, que avanzaban sobre Cataluña siendo recibidos por la población con vivas a España y mueras a Francia.
"Su numero llegó a tal punto, que la ciudad pensó ver repetidas las escenas sangrientas del año cuarenta".
Pero esta vez contra los franceses y sus colaboradores. La Diputación de Cataluña, reunida en Manresa, acordó expresar su fidelidad al rey español.
El conflicto finalizó en 1652 con la victoria de Felipe IV y el perdón general.
De la pérdida del Rosellón, causada en gran medida por la rebelión de la Generalidad en un momento en que la Guerra de los Treinta Años obligaba a España a un inmenso esfuerzo militar en las cuatro esquinas de Europa, los nacionalistas acusan hoy, paradójicamente, a España. Por ejemplo, Rovira i Virgily escribió esta tendenciosa acusación olvidándose de que el factor fundamental para establecer la nueva frontera fue el hecho consumado de la conquista francesa de dichos territorios:
"El condado del Rosellón y buena parte del de Cerdeña quedaron, sin embargo, en poder de Francia, debido a la mala voluntad o a la torpeza de la diplomacia española".
De nuevo leemos en la página web de la generalitat la interpretación nacionalista:
"En 1640, la guerra entre Castilla y Francia tuvo como víctima a Cataluña, y fue repartida entre las dos partes".
El cinismo de esta afirmación como tantas otras de estos inventores de historia, -la real no tiene nada que ver con lo que dicen- es tal que dan completamente la vuelta a la tortilla para ponerla del lado que les conviene. La verdad es muy simple: La pérdida del Rosellón fue culpa de los dirigentes de la Generalidad y del Consejo de Ciento.
Este conflicto quedó en la memoria de los catalanes, quienes todavía fueron atacados por la Francia de Luis XIV en varias ocasiones durante las décadas siguientes. Margarit encabezó uno de estos intentos de recuperación de Cataluña, pero los propios catalanes se encargaron de repelerlo. Durante cuarenta años los enfrentamientos bélicos de menor o mayor envergadura entre españoles y franceses fueron constantes en la frontera catalana. Los roselloneses siguieron dejando claro que para ellos era una injuria el considerarlos franceses.
El odio anti-francés -ya viejo en una Corona de Aragón secularmente enemiga de Francia durante toda la Edad Media- sería muy importante cuando medio siglo después se plantease en España el conflicto dinástico entre habsburgos y borbones a la muerte de Carlos II. No en vano "gavacho", el término despectivo para referirse a los franceses, es palabra catalana.
Pero el nacionalismo catalán no para en el cambio de sujetos de la historia, los enemigos reales eran los franceses, pero a ellos esta situación no les interesaba, al ser los franceses otra nación, el enemigo lo tenemos que buscar en casa, y ese es a lo largo de toda la historiografía nacionalista catalana Castilla, todos los oprobios inventados vienen de Castilla, o de España, sino no tendrían razón de ser.
Es el año de 1640 y en un ambiente evidentemente tenso a todos los niveles contra la Generalidad, el 7 de junio se produjo el célebre y confuso motín de varios centenares de campesinos y segadores concentrados en la capital, Barcelona, con gritos de "Visca el Rei d'Espanya y muiren els traidors". El Virrey fue asesinado y asaltadas las casas de miembros de la Real Audiencia, alguno también asesinado, y de aristócratas y notables de la ciudad, prolongándose los desórdenes bajo la dirección de delincuentes comunes, incluso de algún condenado a muerte, sacados de las cárceles en los primeros momentos. Es la revuelta conocida como Corpus de Sangre.
La Diputación y las oligarquías de Barcelona que tenían pánico a una revuelta social que apuntaba no tanto contra una Monarquía respetada como contra una administración corrupta y mucho más inmediata, o contra los derechos señoriales, lograron sacar de la ciudad a los amotinados, haciendo protestas de fidelidad al Rey y solicitando el inmediato envío de otro Virrey (Felipe V nombró al duque de Cardona).
Este motín nada tenía de político, era un enfrentamiento a las posiciones de la burguesía catalana. Los motines populares y los asaltos e incendios de palacios de los notables del país se extendieron a Vich, Gerona y otros muchos lugares y se alargaron durante todo el año 40.
Esa fue la "guerra de los Segadors". Revolucionaria o no, tuvo bien poco de "nacional catalana" y de defensa de las instituciones del país contra la Monarquía española. Fue al contrario, y los datos tozudos se alzan siempre contra los mitos políticos.
¿Cómo puede tener encaje racional la visión nacionalista que ve en estos hechos una "revolución nacional" antiabsolutista y liberal con el grito de los segadores"Visca el Rei d'Espanya y muiren els traidors"?

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3 comentarios:

  1. Demasiado parcial para considerarlo plenamente histórico. No parece prudente llamar mentirosos a los nacionalistas catalanes en el segundo párrafo. Una pena, pues es un tema profundamente interesante.

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  2. Puede ser que no sea prudente , y me gustaria estar completamente equivocado en referencia a los nacionalistas y su interpretacion de la historia , pero el afan de esta casta , solo es crear mitos politico-historicos , manipular y mentir .

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  3. Es que los nacionalistas no son demócratas, engañan al pueblo e intentan adoctrinar a la gente a través de la lengua, manipulando la historia e imponiendo el pensamiento único al más puro estilo nazi.

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