Quien hizo que y cuando ?¿ - 3 -

El primer terremoto de verdad (1610) Hay terremotos y terremotos. Terremotos parciales, o sea, cuando un trozo de la Tierra se mueve y mueren unos cuantos, los ha habido y los seguirá habiendo siempre; pero terremotos de verdad, de esos en los que se mueve la Tierra entera, sólo ha habido uno, y tuvo lugar un día de 1610 en el que Galileo Galilei apuntó su prototelescopio a las lunas de Júpiter, las vio moverse y dedujo que también la Tierra se movía. Y fue entonces cuando la Tierra se movió por primera vez en la inteligencia humana. Si eso no es un terremoto (terre moto, tierra en movimiento), baje Júpiter y véalo.

Este súbito movimiento de un planeta que llevaba siglos dogmáticamente inmóvil causó a su vez un terremoto de distinto orden: la Iglesia católica, en la persona del papa Urbano VIII, cayó sobre Galileo con toda la ira de que era capaz, y le conminó, bajo amenaza de tortura, a retractarse. Galileo se retractó, y al salir de la sala donde acababa de proclamar solemnemente que la Tierra no se movía, masculló: "Pero sí que se mueve". El que ya no se movió fue Galileo, porque aunque perdonado, la Iglesia le condenó a arresto domiciliario perpetuo, y no volvió a salir de su casa hasta nueve años después, pero fue con los pies por delante.
 
Barcos de vapor En el antiguo Egipto las puertas de algunos templos se abrían a vapor. Los sacerdotes conocían la fuerza del vapor, aunque sin entenderla, y supieron aplicarla espectacularmente: cuando los fieles paleoegipcios veían las puertas del templo abrirse lenta, solemnemente, por sí solas, lo atribuían, mudos de espanto, a su dios.

No es éste un caso aislado: al emperador Domiciano un inventor romano le ofreció un diseño de una grúa que, en teoría al menos, funcionaba a vapor; no sabemos si habría dado resultado en la práctica, porque el emperador la rechazó, alegando que en Roma no hacían falta cosas así: para eso estaban los esclavos. Un inventor francés propuso a Robespierre un barco que se movía a vapor, y parece ser que éste le contestó que, de momento, lo que a él le urgía eran guillotinas a vapor: lo del barco corría menos prisa; como enseguida le decapitaron con una guillotina que funcionaba a mano, no pudo volver a ocuparse de esto.

Los primeros islandeses, que disponían en su isla de las bombas naturales de vapor más impresionantes que se han visto, no supieron aprovechar esa fuerza, y siguieron haciéndolo a mano o por tracción animal. Los géiseres islandeses, bien aprovechados, habrían podido convertir esa isla inhóspita en un auténtico paraíso.
 
Faldellines contra pantalones Los soldados romanos conquistaron el mundo conocido con el culo al aire. Que bajo el faldellín militar no llevaban nada se deduce, por ejemplo, de que todo un violento motín popular tuvo que ser sofocado sangrientamente por los romanos en Jerusalén porque un legionario romano se había levantado -con aire de burla- el faldellín ante un grupo de judíos, ofendiendo profundamente su sentido de la decencia al mostrarles con italiano descaro lo que llevaba debajo.

Los romanos también usaban, a modo de calzoncillo, un trapo blanco que anudaban entre las piernas, parecido al que usaron los antiguos egipcios durante milenios. En general, puede afirmarse que de los Alpes, los Pirineos y el Danubio para abajo todo eran faldellines, y de allí para arriba, pantalones. En la parte de la actual Bulgaria, Asia Menor y Persia se veían también pantalones, pero del Éufrates para acá, hasta Gibraltar, todo siguen siendo faldellines.

Los pantalones se impusieron en Europa con la victoria de los bárbaros sobre Roma, hasta el punto que Durrenmatt, en su obra de teatro Rómulo el Grande, hace decir a su protagonista, el último emperador romano: "En el fondo, la larga lucha entre romanos y bárbaros se reduce a esto: faldellines contra pantalones; y han ganado los pantalones".
 
 
Las desafinidades (S. XVI) Se ha escrito mucho sobre la Armada Invencible, pero muy poco sobre la suerte de sus náufragos. La mayor parte de los españoles buscaron salvarse en costas irlandesas, cuyos habitantes, por ser católicos, les tratarían a cuerpo de rey; de los protestantes ingleses se podía esperar cualquier cosa.

Lo que ocurrió fue precisamente lo contrario: los católicos irlandeses masacraron a sus correligionarios españoles, mientras los protestantes ingleses trataron a los papistas invasores con cierta desdeñosa aspereza, pero bien, y, al cabo de un tiempo, les permitieron irse por donde habían venido. Entre los restos de la Armada Invencible que el agua dejó en las costas irlandesas, hay uno, emocionante,  en el Museo Municipal de Belfast: un anillo con una piedra preciosa en el que están tallados un corazón y un cinturón de mujer desabrochado. Y, debajo de ambos objetos, esta leyenda: "No tengo más que darte".

No se sabe quién fue el donante ni quién el dichoso desdichado, lo que sí se sabe es que su suerte se debió a un tremendo error de cálculo por parte de Felipe II: los ingleses contratacaron al mastodonte flotante de España con los primeros barcos de guerra modernos de Europa: bajos, ágiles, fuselados, aerodinámicos: como las ratas que echan la zancadilla al elefante y acaban volviéndole loco y tumbándole.
 
 
El petróleo Los antiguos conocían el petróleo, pero no sus aplicaciones. El emperador Trajano, en su campaña de Partia (Persia) vio llamas eternas que salían de la tierra, y las atribuyó a fuerzas diabólicas que intentaban en vano conquistar el aire libre y aprisionar a los seres humanos.

Siglos más tarde, los cristianos orientales que conoció el viajero veneciano Marco Polo dijeron a éste que esas llamas eran desperdicios del infierno; Marco Polo se lo creyó, pero un teólogo veneciano rebatió tal afirmación calificándola de herética, porque si el fuego del infierno es de origen divino, ha de ser perfecto, de modo que sólo podrá servir para atormentar a los condenados, sin que se desperdicie de él una sola llama como las que se veían por Asia. "A menos -concluía- que, por designio divino, esas llamas asomen a la tierra para advertir a los pecadores, de manera evidente y aterradora, lo que les espera si siguen por el camino del pecado". Según el ministro franquista de Cultura Arias Salgado, el demonio, quizás -pienso yo- por haber perdido la batalla del petróleo, comunicó a Stalin la tecnología que necesitaba para enviar el primer Sputnik a la Luna. Según Arias Salgado, el demonio y Stalin se vieron con ese objeto "en unas cuevas que hay en las afueras de Moscú".
 
Entradas para las corridas de toros (1813) Los libros de consulta afirman que hasta el 25 de junio de 1813 no había entradas para los toros. El público entraba en la plaza pagando el importe a los porteros, sin que se sepa hasta la fecha cómo se las arreglaban los propietarios de las plazas para cerciorarse de que el dinero que los porteros les liquidaban al final de la corrida correspondía exactamente al número de espectadores. Imposible, como los dueños no fuesen por las gradas contando a sus ocupantes.

No hace falta ser muy lince para comprender que el timo debía ser considerable, y sistemático, y que los dueños de las plazas hubieron de acabar por discurrir lo de las entradas para salir al paso de tanto y tan descarado robo. Es curioso que les costase tanto esfuerzo dar con esa solución, porque los romanos ya tenían entradas para sus espectáculos: eran trozos cuadrados de loza, hueso o madera, que en latín se decían tesserae y también servían para justificar el cobro de raciones o sueldo y a modo de tarjetas de identificación en las posadas.

Cuando se quiere saber el origen de algo práctico, es buena precaución averiguar ante todo si lo inventaron o heredaron los romanos; es curioso que el pueblo menos inventivo de Europa sea el que más inventos ha dejado.

CONVERSATION

0 comentarios:

Publicar un comentario