La alta edad media.

El auge de la vida urbana y el desarrollo de los mercados trajeron la bonanza económica a Europa, embarcada en costosas cruzadas contra el Islam. Después, la Peste Negra, la recesión y las guerras entre las monarquías feudales dieron paso a los estados nacionales.

El Imperio Romano de Occidente dejó de existir con un acto de compasión. En contra de la costumbre, Odoacro, caudillo de la tribu de los hérulos, se limitó a deponer y enviar al exilio al último emperador, Rómulo Augústulo, que apenas era un adolescenle. En ese instante del año 476, los restos de la autoridad imperial, sólida durante siglos pese a las incontables conspiraciones y cruentas guerras civiles, se vinieron abajo y los pueblos germánicos, que habían ido introduciéndose en la tierra de los césares desde el siglo I, se apoderaron de ella definitivamente. Si bien muchas de las instituciones romanas pervivieron, adaptadas por las monarquías bárbaras según sus usos tradicionales, desapareció la idea de un Estado centralizado. El latín, reservado para el uso en la corte, fue ganando elementos y perdiendo otros en muchas de las antiguas provincias meridionales, lo que con el tiempo dio origen a las lenguas romances.



La penetración de los pueblos germánicos en el Imperio Romano no fue un proceso homogéneo.Así, mientras que en algunas provincias se produjo una fusión más o menos pacifica, en su Carta a Geruchia, San Jerónimo describe cómo tras cruzar el Rin en 406,"innumerables pueblos feroces devastaron todo el país entre los Alpes y los Pirineos, y las ciudades quedaron despobladas por la espada y el hambre"Apenas tres siglos después, la invasión islámica volvió a desestabilizar parte de Europa. Los califas omeyas, con capital en Damasco,iniciaron una rápida expansión que les permitió controlar el norte de África y asaltar la península Ibérica.Desde allí pusieron rumbo a la Galia,donde los francos, dirigidos por Carlos Martel,detuvieron su avance cerca de Poitiers en 732.
Las incursiones de otros dos pueblos impidieron dejar las armas a los europeos. A finales del siglo IX, los jinetes magiares originarios del este de los Urales penetraron en Europa occidental, donde llegaron a arrasar el Languedoc, en Francia. Sus incursiones continuaron hasta que fueron derrotados por el emperador germánico Otón I en el río Lech (Baviera),en 955.
Precisamente, la arqueología ha demostrado que los magiares, que se asentarían en Hungría, mantuvieron un estrecho contacto con los vikingos, que desde sus bases en Escandinavia saquearon a conciencia las costas europeas.

Europa occidental había quedado atomizada en una multitud de reinos romano-germánicos muy distintos entre sí. De este modo, mientras francos y visigodos se enfrentaban por controlar amplias regiones de la Galia, la monarquía vándala, que se había establecido en el norte de África ajena por completo a sus nuevos súbditos, se empeñaba en reprimir a los opositores politícos. En la Península Itálica, el poderoso jefe de los ostrogodos, Teodorico, se había hecho con el poder tras asesinar con su propia espada a Odoacro y tutelaba el gobierno de sus parientes visigodos, lo que le había convertido en el soberano occidental más importante de la época. El caudillo no sólo había logrado separar el poder militar, en manos de los ostrogodos arrianos, del civil, que dependía de los romanos católicos, sino que albergaba la esperanza de reunir bajo su mando a francos, vándalos y godos.

En busca de la reunificación imperial

Pese a sus esfuerzos, la inestabilidad se extendió por el continente avivada por las luchas entre las diversas facciones. Los reyes bárbaros eran débiles. Su Fuerza quedaba limitada por la de su propia nobleza, que controlaba sus huestes a través de relaciones de fidelidad personal. La situación no pasó inadvertida a Justiníano I, emperador romano de Oriente, que se lanzó a una arriesgada empresa: la reunificación imperial.

Cuando Flavius Petrus Sabbatius Justinianus ascendió al trono en 527, ya tenía en mente que el mundo cristiano debía estar sometido a una única autoridad política, la suya. Para ello, planeó meticulosamente la destrucción de los reinos bárbaros y la recuperación de Occidente, tarea que encargó al general Belisario, uno de los estrategas más brillantes de la Historia, Entre 533 y 534, mientras se erigía Santa Sofía en Constantinopla, éste se puso al frente de una fuerza expedicionaria que acabó con los vándalos e incorporó Cartago y las Baleares al Imperio. Poco después, tomó Córcega, Cerdeña y Sicilia y lanzó un asalto sobre la península Itálica, que culminó con la conquista de Rávena en 540 y el apresamiento del rey Vitiges, Los ostrogodos habian llegado a ofrecer a Belisario la corona de Occidente, lo que pudo despertar las suspicacias del emperador Justiniano. Ya fuera por ésta o por otras razones, el victorioso militar cayó en desgracia y Fue sustituido por. arsés, que culminó su campaña. A mediado del siglo VI, Justiniano añadió a sus dominios la costa este de la península Ibérica y resucitó el sueno de un imperio unido por el Mare nostrum

Un nuevo poder surge en el Este: el islam
Todo empezó a desvanecerse, sin embargo, tras su muerte en 565. En unas pocas décadas, los bizantinos perdieron los territonos que habían conquistado en Occidente, y persas, ávaros y eslavos llegaron a hacer peligrar la existencia misma del Imperio. A finales de la década de 620, el emperador Heraclio logró conjurar las distintas amenazas y entró victorioso en Jerusalén, donde colocó la Vera Cruz en la Iglesia del Santo Sepulcro. Poco podía suponer que un nuevo poder procedente del desierto iba a tirar por tierra sus esfuerzos.

Mahoma había logrado unir al mundo árabe predicando la veneración y la sumisión a Alá, el dios único de la joven religión islámica. Pocos años después de que falleciera en 632, ésta ya era una formidable fuerza social y militar. Sus primeras ofensivas golpearon Persia y las provincias bizantinas de Siria, Palestina y Egipto, tras lo cual siguió su imparable progreso por el norte de África y la península Ibérica.

Constantinopla, cercada entre 717 y 718, resistió la acometida, lo que impidió que el islam penetrase en aquel momento en Europa del Este. Casi a la vez que se levantaba el sitio de la capital romana de Oriente, en un remoto enclave del norte de la vieja Hispania, Pelayo, un noble godo, tomó la decisión de rebelarse contra los invasores musulmanes que habían acabado con la frágil monarquía visigoda apenas siete años antes, Un acto que, con el correr del tiempo, tendría sorprendentes consecuencias: la Reconquista.

Es indudable que el auge del islam marcó un antes y un después en el devenir de Europa, Hasta tal punto fue así, que uno de los grandes historiadores del siglo XX, el belga Henri Pirenne, sostiene que su rápido e inesperado avance supuso la auténtica ruptura con la tradición de la Antigüedad. En su obra ya clásica Mahoma y Carlomagno, Pirenne señala que las invasiones germánicas no llegaron a alterar profundamente la unidad del mundo antiguo, organizada en tomo al Mediterráneo, ni destruyeron los principales rasgos de la cultura romana.

La Edad Media, según su hipótesis, no empieza con la caída de Rómulo Augústulo y la extinción del poder romano, sino en el siglo VIII. Pirenne establece que al cerrar el Mediterráneo a la navegación, los musulmanes hicieron tambalearse el sistema comercial europeo, que aunque se basaba en la agricultura y se había deteriorado tras la disminución de la circulación de moneda, dependía en gran medida del transporte de mercancías por mar.

Los europeos se unen en defensa del cristianismo

A falta de una figura unitaria, en la nueva Europa surgida tras la acometida islámica, más empobrecida y disgregada, la defensa de la religión cristiana se convertiría en uno de los pocos factores de cohesión continental. Efectivamente, la Iglesia, que atesoraba la mayor parte del legado grecorromano, se había ido revistiendo de un indudable poder cultural e ideológico. La Regula monasteriorum escrita por el religioso Benito de Nursia en 540 puso Las bases de un nuevo sistema monacal caracterizado por la regla Ora et labora, esto es, "Reza y trabaja". 


La salvación a través del trabajo Así imaginó el pintor Turino di Valli (1349- 1438) el momento en que Benito de Nursia presenta la Regla de la orden benedictina en el siglo VI. Su lema: Reza y trabaja.

Los monasterios benedictinos eran enclaves autosuficientes, organizados en torno a un templo y un claustro, en los que además de una intensa actividad agrícola se buscaba la comprensión de lo clásico. De este modo, se crearon bibliotecas, se favoreció la copia de manuscritos y, gracias a las donaciones, sus edificios ganaron en esplendor La autoridad del Papa, el primado de Roma, daba un sentido unitario a la religión cristiana católica, que con el tiempo había logrado imponer su criterio en los reinos controlados por los bárbaros arrianos. Ese poder centralizador se acrecentó aun más a partir de mediados del siglo VIII, cuando recibió el apoyo armado de Carlos, rey de los francos.

Entre 772 y 774, este soberano, que pasaría a la Historia con el sobrenombre de Carlomagno, había combatido con éxito la expansión lombarda en la península Itálica, lo que le valió ser nombrado "Protector de Roma" por el Papa Adriano I. Durante los siguientes 26 años, el rey de los francos y lombardos destruyó el reino de los ávaros, cristianizó a sajones y frisones tras doblegarlos militarmente y se enfrentó a los musulmanes en sus propio dominios de la península Ibérica.

Su campaña de 778, que tenía por objetivos Zaragoza y el valle del Ebro.fracasó, pero puso los puentes para la fundación pocos años después de la Marca Hispánica, la frontera suroccidental de sus extensos dominios, que por el Este alcanzaban el río Elba.

El efímero renacimiento cultural carolingio

El día de Navidad del año 800 fue proclamado emperador por el papa León III en Roma bajo la fórmula Romanun gubernas Imperium -el Emperador que gobierna el Imperio Romano-, algo que suscitó el rechazo del imperio Bizantino, pero que, de hecho, confirió a los carolingios el papel de sucesores del Imperio Romano de Occidente. De hecho, la estrecha vinculación del papado con el imperio conllevó el inevitable alejamiento de la Iglesia bizantina, En 858, Focio, patriarca de Constantinopla, abandonó la obediencia a Roma. Mantuvo su postura hasta su muerte en 886 y, si bien ambas iglesias volvieron a reconciliarse, abonó el terreno para la consumación del Gran Cisma, en 1054.

Durante el reinado de Carlomagno se impulsó la recuperación del espíritu clásico. Desde la corte imperial en Aquisgrán surgió un movimiento intelectual y literario que se traduciría en la creación de la Escuela Palatina, en la que se dieron cita algunos de los eruditos más destacados de la época, como Pablo Diácono o Alcuino de York. Esta revolución cultural, conocida como Renacimiento Carolingio, supuso también la difusión de un nuevo tipo de letra, la minúscula carolingia, que fue común y homogénea para todo el Imperio, y la construcción de grandes conjuntos monásticos, que sirvieron al emperador para organizar la administración religiosa.

La muerte de Carlomagno en 814 supuso la progresiva desintegración de aquella superestructura que permanecía unida exclusivamente por su prestigio. La guerras civiles entre su sucesor Ludovico Pío y los hijos de éste acabaron sumiendo al Imperio en una profunda crisis, agravada por las constantes incursiones de vikingos y magiares.

El esfuerzo renovador de los carolingios se desvaneció a causa de las continuas razías de los pueblos nórdicos y los jinetes del Este durante los siglos IX y X. Aquellos ataques, que dejaban tras de sí un rastro de monasterios destruidos y comunidades saqueadas, no sólo acabaron con el comercio. La inestabilidad que trajeron los nuevos invasores modificó la forma de gobiemo en buena parte del continente. El clima generalizado de inseguridad y desamparo consolidó el poder de los señores locales, que debían organizarse para proteger sus tierras y las de los colonos más débiles.

 Así se sentaron las bases del feudalismo, un sistema de gobierno basado en las relaciones entre señores y vasallos que experimentaría su máximo apogeoentre los siglos XI y XIII Y que acabó extendiéndose a toda la sociedad europea.

Aquel desgarro, sin embargo, apenas afectó a la civilización islámica, que en los siglos IX, X Y XI experimentó un incomparable desarrollo, En ese tiempo, Bagdad, Basara, El Cairo, Córdoba y hasta las cortes provinciales de las taifas andalusíes en las que se descompuso el califato cordobés en 1031 se convirtieron en importantes centros culturales. En ese ambiente se tradujeron innumerables obras filosóficas y científicas, principalmente griegas, y brillaron con luz propia figuras como el académico persa Al-Razi (865-925), al que se atribuye el descubrimiento del ácido sulfúrico, o Avicena (980-1037), considerado uno de los más grandes médicos de la Historia, La revitalización de Occidente comenzaría a mediados del siglo X y cristalizaría ya en el siglo XI en tomo a tres puntos focales: la abadía de Cluny, fundada en 910 en la localidad homónima de Francia, la corte de Oton I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico entre 962 y 973, Y la península Ibérica, en la que los reinos cristianos combatían la pujanza del califato que Abderramán III había proclamado en Córdoba en 929.

Cluny extiende el poder de la Iglesia por el continente La reforma de la orden benedictina impulsada desde Cluny puso fin al proceso de secularización y relajación que venía afectando a la vida religiosa desde el fin del Imperio Carolingio. Bajo la protección directa del Papa, los cluniacenses devolvieron a los monasterios la disciplina, centralizaron la administración y reorganizaron la economía de la orden, que ejercería un papel fundamental en la propagación por Europa de una nueva corriente artística, el Románico.

Mientras tanto, había emergido un nuevo centro de influencia política, surgido a partir de las regiones orientales de las tierras controladas por Carlomagno, que vendría a demostrar que el sistema feudal no era incompatible con un ideal universalista, el Sacro Imperio Romano. Su primer soberano, Otón I, ya era un reconocido adalid cuando asumió la corona de aquel conglomerado de estados en 962. Siete años antes había detenido decisivamente las incursiones de los magiares en el río Lech y a los eslavos en Reckritz, dos victorias que le permitieron expandir sus dominios hacia el Este y otorgarse la legitimidad jerárquica y política necesaria para intentar restaurar el Imperio Carolingio. Apoyado por la jerarquía eclesiástica y la nobleza, consolidó su posición y la de su imperio, que perviviria hasta 1806, cuando fue disuelto por napoléon.

El decisivo impulso de la Reconquista
En la península Ibérica, los reyes , herederos de la insurrección del noble godo Pelayo en las montañas asturianas, habían hecho suyo el propósito de restaurar el reino de Toledo. En 939, el monarca leonés Ramiro II, al frente de una coalición cristiana, destruyó el ejército califal en Simancas y avanzó sobre el valle del Duero y el Tormes.

La fuerza militar de los pequeños reinos del Norte, sumidos en no pocos conflictos internos, se debilitó unas décadas después ante la espada del caudillo andalusí Almanzor, que asedió o destruyó muchas de las principales plazas de la cristiandad en la Península entre 978 y 1002. Sin embargo, el proceso difuso pero constante de la Reconquista no sólo no se detuvo, sino que ganó un nuevo impulso, animado también por las peregrinaciones a Santiago de Compostela, que al menos a partir del siglo X ya venían realizándose desde Francia. 

Encuentro de civilizaciones , el califa abderram II  recibe a los embajadores cristianos, obra de dionisio Baixeras


A mediados del siglo XI, los soberanos cristianos aprovecharon la debilidad de las decenas de pequeños reinos en los que se había escindido el califato para someterlos. El rey de León Alfonso VI lanzó una gran ofensiva sobre Zaragoza, Sevilla y Valencia y cercó Toledo, que se rindió el 6 de mayo de 1085. La antigua capital del reino visigodo ya nunca abandonaría manos cristianas. El rey concedió fueros a mozárabes, judíos y musulmanes y favoreció el desarrollo cultural de la urbe, que florecería con la Escuela de Traductores durante los siglos XII y XIII. 

Esta institución se convertiría así en la muestra del renacimiento filosófico y científico de Occidente, que con el fin de la era de las invasiones, la renovación de las estructuras eclesiásticas y la consolidación del sistema feudal, experimentó a lo largo del siglo XI una rápida expansión económica y social. Ésta se tradujo en la revitalización de las ciudades y del comercio a larga distancia, pero también en una mayor fortaleza militar que llevó a los líderes de la cristiandad a volver su mirada al otro lado del Mediterráneo, al Próximo Oriente y a los Santos Lugares, que permanecían en poder musulmán desde hacía más de cuatrocientos años.


Durante la Alta Edad Media, la organización política,social, económica y militar de buena parte de Europa se basó en una relación contractual conocida como feudalismo cuyo origen se remonta al siglo V. La inseguridad que produjo el fin de las instituciones romanas había llevado a muchos campesinos a buscar la protección de los nobles y caudillos que contaban con una tropa armada propia a cambio de distintas contraprestaciones. Sin embargo, el desarrollo del feudalísmo no empezaría a hacerse efectivo hasta la desintegración del Imperio Carolingio,en el siglo IX.

En esencia, todo el sistema, que presentaba elementos peculiares en cada país,se basaba en dos conceptos: el feudo y el vasallaje. Aunque en un principio los vasallos fueron soldados selectos de caballería que recibían distintos beneficios a cambio de un servicio,el término pasó a emplearse para designar a los nobles menores y a los hombres libres que juraban fidelidad a un señor a cambio de protección. A los vasallos,que estaban obligados a prestarle asistencia militar,se les otorgaba el control de determinados terrenos junto con los campesinos que los explotaban, esto es ,el feudo o señorío.


La ceremonia del homenaje sellaba el acuerdo entre ambas partes, que se efectuaba en la torre homónima del castillo del señor.Alli, el vasallo se postraba y colocaba sus manos entre las de su superior;el acuerdo se cerraba con un beso. El vasallo se beneficiaba de la explotación del feudo, pero no lo poseía, pues se trataba de un derecho vitalicio y revocable. Con el tiempo, la propiedad se hizo hereditaria,pero los lazos de vasallaje debían renovarse en cada generación.

El sistema feudal tuvo su máximo apogeo entre los siglos XII y XIII,cuando se extendió a toda la sociedad. Quedó organizada así una especie de pirámide en la que los soberanos otorgaban feudos a duques,condes y marqueses que, a su vez, podían hacerlo con barones y caballeros.Por debajo de todos ellos se encontraban los campesinos libres y los siervos. La decadencia de la caballería y el éxito del pago en metálico que víno a sustituir las obligaciones militares, precipitaron el declive del feudalismo.

La gran diversidad artística que se dio en Europa entre los siglos V y X,nutrida por la creatividad de visigodos, mozárabes, ostrogodos, merovingios o carolingios, dio paso a un nuevo estilo que logró unificar teológica y culturalmente buena parte del continente, el Románico. aún existe cierta controversia sobre su origen geográfico,que algunos sitúan en Francia,Alemania, Lombardía o España, todo indica que la gran base expansora de este estilo fue la abadía de Cluny, en la región de Borgoña.

La reforma monacal que se llevó a cabo en ella en el siglo X propició la reestructuración de la dispersa orden benedictina. Ésta pasó a ser un sistema orgánico centralizado que aprovechó y potenció las rutas seguidas por los peregrinos para internacionalizarse. Por esas mismas vías se extendió la nueva corriente artística.EL arte de Cluny fue una creación fuerte, espiritual y docente, esto es, un producto elaborado, práctico y en total función de la doctrina cristiana y la vida espiritual defendida por la orden.Por ello,las construcciones románicas son,a la vez,una representación de la perdurabilidad de la Iglesia, lo que se aprecia en sus gruesos muros de piedra tallada, un espacio para el recogimiento-la luz entra en el recinto por pequenas ventanas,lo que crea un ambiente adecuado- y un centro docente donde las verdades de la fe quedan reflejadas en sus tallas y pinturas.

En ellas se aúnan los rasgos que identifican este estilo que pervivió especialmente entre los siglos XI y XII:el uso de arcos de medio punto y bóvedas de canón.la presencia de esculturas hieráticas que se adaptan al marco que las soporta aunque para ello tengan que adoptar posturas imposibles y la profusión de pinturas murales planas de figuras alargadas y carentes de perspectiva, resaltadas por un espectacular contraste cromático y profundamente simbólicas.

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