1212: La batalla de los tres reyes


Si existe una batalla que haya cambiado sin remedio el curso de nuestra historia, esa es la de las Navas de Tolosa. Tuvo lugar en 1212, en un descampado a los pies de Sierra Morena. Fue una batalla campal antolĆ³gica, de las que gustan recrear los cineastas de Hollywood. Si no lo han hecho todavĆ­a se debe a que no se pronunciĆ³ una sola palabra en inglĆ©s.


MarcĆ³ el declive del poderĆ­o musulmĆ”n en EspaƱa y abriĆ³ las puertas de AndalucĆ­a, la regiĆ³n mĆ”s extensa, poblada y prĆ³spera por aquel entonces, a las fuerzas cristianas. DespuĆ©s de las Navas nada serĆ­a igual en la PenĆ­nsula. En apenas medio siglo Castilla, gran beneficiada de la lid, se erigiĆ³ como potencia central, en torno a la cual terminarĆ­a tomando forma la EspaƱa moderna.


La victoria final, como tantas otras veces, se guisĆ³ a fuego lento en una vergonzosa derrota. A mediados del siglo XII los cristianos se encontraban crecidos. El imperio almorĆ”vide hacĆ­a aguas por todas partes. Tal y como habĆ­a sucedido un siglo antes, se habĆ­an formado pequeƱos reinos de taifas, cuya fragilidad era un apetitoso caramelo para los insaciables reyes de Castilla. Alfonso VII, aprovechando la debilidad del oponente, cabalgĆ³ por todo Al Ɓndalus a sus anchas, dĆ”ndose el capricho incluso de ocupar temporalmente la ciudad de AlmerĆ­a. Pero la campaƱa superaba con creces las fuerzas del reino, de manera que Alfonso hubo de retirarse a la meseta. MorirĆ­a, despuĆ©s de haber consumado la machada, a la sombra de una encina en DespeƱaperros.


Las hazaƱas de Alfonso VII pusieron en guardia a los musulmanes. En Marrakech acababa de nacer una nueva dinastĆ­a, la de los almohades, mĆ”s aguerrida y fanĆ”tica que la de los almorĆ”vides. Sus califas fueron bautizados con el nombre de "Amir ul Muslimin", o PrĆ­ncipe de los Creyentes, pero aquĆ­, donde nunca se nos ha dado bien el Ć”rabe, se les llamĆ³ "MiramamolĆ­n", afortunada transcripciĆ³n que arraigĆ³ con fuerza, arruinando ya de paso la condiciĆ³n principesca del tĆ­tulo.


Los miramamolines brincaron sobre el Estrecho para meter en cintura a los decadentes reyezuelos de Al Ɓndalus. La siguiente estaciĆ³n era Castilla, y a ello se aplicaron sin mĆ”s demora. Cruzaron la sierra e infligieron una severa derrota en Alarcos a las huestes de Alfonso VIII, nieto del otro Alfonso, el de la encina. Los castellanos se habĆ­an malacostumbrado a enfrentarse con la morisma dividida y desmotivada, por lo que fueron pasto fĆ”cil de los animosos almohades. Vencido en Alarcos, Alfonso se retirĆ³ a Toledo a relamerse las heridas. Los pasos de Sierra Morena habĆ­an quedado en manos del enemigo, los moros habĆ­a subido hasta el Guadiana y, lo que es peor, Toledo, el emblema del poderĆ­o castellano, se encontraba a pocas jornadas de la frĆ”gil frontera.


El rey, sin embargo, no podĆ­a contraatacar, al menos en un plazo breve. Castilla estaba agotada tras un siglo de avance sin tregua hacia el sur, y la EspaƱa cristiana no era, precisamente, un remanso de paz. Alfonso VIII tenĆ­a contenciosos pendientes con los reyes de LeĆ³n, Portugal y Navarra. Ninguno de los tres toleraba que el antaƱo minĆŗsculo e insignificante Condado de Castilla se hubiera transformado en poco mĆ”s de cien aƱos en un poderoso y pujante reino, que los acogotaba siempre que tenĆ­a la ocasiĆ³n. La venganza pintaba muy mal: sin apenas aliados, rodeado de enemigos y con el insolente Al Nasir, el nuevo miramamolĆ­n, hijo de una esclava cristiana, asomando el turbante por encima de los riscos de la sierra.


Pero Alfonso no estaba del todo sĆ³lo. Contaba con el arzobispo de Toledo, Rodrigo XimĆ©nez de Rada, prelado maniobrero muy sobrado de astucia, digno de la Ć©poca que le tocĆ³ vivir. Propuso al rey una efectiva treta: recurrir a la Santa Sede para que el Papa declarase cruzada la guerra contra los almohades. Eso eran palabras mayores. Si algĆŗn monarca de la Cristiandad rompĆ­a una tregua con otro que estaba envuelto en una cruzada era castigado severamente con la excomuniĆ³n. Rada se saliĆ³ con la suya: viajĆ³ a Roma, obtuvo la declaraciĆ³n de cruzada y pasĆ³ un aƱo predicĆ”ndola por Italia, Francia y Alemania, con el fin de aunar las voluntades de prĆ­ncipes aventureros y caballeros andantes, especimenes ambos muy abundantes en la Europa del siglo XIII.


En Al Ɓndalus, entre tanto, el miramamolĆ­n no era ajeno a la que se le venĆ­a encima. OrdenĆ³ reunir un potente ejĆ©rcito, formado por los mejores soldados del Islam. Hizo llegar hasta Marrakech a los temidos arqueros turcos y a una numerosa tropa de Ć”rabes y bereberes, que reforzarĆ­a con andalusĆ­es una vez cruzase el Estrecho. Tan confiado estaba Al Nasir en el poderĆ­o de su ejĆ©rcito que prometiĆ³ a los suyos conducirles hasta la misma Roma, donde, segĆŗn cuentan, tenĆ­a la intenciĆ³n de dar de beber a sus caballos en las aguas del TĆ­ber. No lo consiguiĆ³, por fortuna para los romanos y, especialmente, para las romanas.


XimĆ©nez de Rada, de vuelta en Castilla, dispuso que los cruzados europeos se concentrasen en Toledo en espera de la batalla. Conducidos por los obispos de Burdeos, Nantes y Narbona, hasta allĆ­ fueron llegando gentes de toda condiciĆ³n y de todos los paĆ­ses de Occidente durante meses. Unos, los menos, persiguiendo la santidad en forma de la bula plenaria que extendĆ­a el Papa; otros, los mĆ”s, en busca de aventuras, gloria y fortuna. No necesariamente en ese orden.


En EspaƱa la Cruzada habĆ­a tenido un singular impacto. Los reyes de Portugal y LeĆ³n dejaron las rencillas a un lado y permitieron salir de sus reinos contingentes armados hacia Toledo. AragĆ³n, cuyo monarca era amigo de Alfonso VIII, se entusiasmĆ³ con la campaƱa. De hecho, el primero en hacer acto de presencia en la ciudad del Tajo fue Pedro II de AragĆ³n. TraĆ­a miles de soldados reclutados en AragĆ³n y CataluƱa, y un buen plantel de obispos para que la cruzada fuese digna de tal nombre. Junto a Pedro, y ansiosos de partirse la cara con los infieles, se dieron cita el conde de Ampurias y los obispos de Barcelona y Tarragona. La cruz y la espada, ya se sabe.


El 20 de junio de 1212 un descomunal ejĆ©rcito cruzado, formado por unos 100.000 hombres, partiĆ³ de Toledo hacia el sur, enarbolando vistosas banderas y estandartes. A los pocos dĆ­as la vanguardia, formada por voluntarios franceses y alemanes, avistĆ³ el castillo de MalagĆ³n, una avanzadilla que estaba en manos de los moros. Lo asaltaron como fieras que lleva el diablo y degollaron sin piedad a sus defensores. Es de suponer que con gran griterĆ­o y algarabĆ­a. Si es que por algo les llamamos "bĆ”rbaros del norte"...


La salvajada no sentĆ³ del todo bien a Alfonso, poco dado a este tipo de matanzas a sangre frĆ­a, pero, como no querĆ­a lĆ­os, ordenĆ³ seguir. DĆ­as despuĆ©s toparon con la fortaleza de Calatrava, antiguo enclave templario que los monjes hubieron de abandonar ante el empuje almohade. Esta vez Alfonso impuso su criterio. ParlamentĆ³ con los moros que la defendĆ­an y los dejĆ³ marchar, a cambio de que no opusiesen resistencia. Y es que hablando se entiende la gente.


Esto indignĆ³ a los cruzados de ultrapuertos. No entendĆ­an cĆ³mo se habĆ­a dejado marchar con vida a los sarracenos, por lo que muchos, persuadidos de que eso ni era guerra ni era nada, se marcharon. Unos se perdieron por los boscosos senderos del Pirineo por los que habĆ­an llegado. Otros, los mĆ”s pĆ­os, aprovecharon que estaban en EspaƱa y se dirigieron a Santiago de Compostela para conquistar una gloria mĆ”s serena cruzando el pĆ³rtico de la catedral.


Mientras unos se iban, otros llegaban. Por sorpresa, apareciĆ³ capitaneando una hueste de bravos soldados navarros Sancho VIII, el arrojado rey de Navarra que terminarĆ­a por unir Ć­ntimamente su nombre y el de su reino a la batalla. Alfonso y Pedro recibieron con jĆŗbilo a su homĆ³logo, y trazaron el plan para cruzar Sierra Morena y enfrentarse con Al Nasir, que llevaba tiempo esperĆ”ndoles con la daga afilada.


Avituallado y repuesto el ejĆ©rcito, los tres espaƱoles, cabalgando orgullosos con la mirada puesta en el sur, se dirigieron a su ineludible destino. Pasaron por Alarcos, lugar donde el ejĆ©rcito castellano habĆ­a sido aplastado aƱos antes, y a primeros de julio llegaron al pie de Sierra Morena. Acamparon para estudiar la situaciĆ³n. Los moros tenĆ­an todos los pasos ocupados y se habĆ­an apostado sabiamente en el llano, a la entrada del desfiladero de La Losa. Al Nasir, que de tonto no tenĆ­a un pelo, habĆ­a escrutado la sierra durante meses para neutralizar la acometida cristiana. SabĆ­a que los desfiladeros serranos eran infranqueables si estaban debidamente protegidos.

Los informes que llegaban al campamento cristiano lo confirmaban: no habĆ­a posibilidad de cruzar los pasos sin someterse a una carnicerĆ­a. La Ćŗnica opciĆ³n viable era encontrar otro desfiladero que se encontrase libre. El problema es que los vĆ­veres escaseaban y la tropa se encontraba fatigada, por la caminata y los asaltos. Entonces ocurriĆ³ lo que nadie esperaba. En una tierra de nadie, despoblada y yerma, se presentĆ³ en la tienda del rey un pastor, que decĆ­a conocer un paso no muy lejano que los Ć”rabes habĆ­an dejado desatendido.

Alfonso enviĆ³ al SeƱor de Vizcaya, Diego LĆ³pez de Haro, a explorar. Efectivamente, el puerto estaba expedito. Tan proverbial fue el hallazgo del paso secreto que, posteriormente, los cronistas aseguraron que el pastor era, en realidad, San Isidro Labrador, que habĆ­a bajado del Cielo para ayudar a los cruzados.

Los tres reyes condujeron sus tropas hasta allĆ­ y descendieron al valle sin que les importunasen. En apenas unas horas los cristianos, hinchados de ardor guerrero, se encontraban frente a frente con los almohades. Al Nasir no lo habĆ­a previsto; es mĆ”s, el pilar principal de su estrategia era machacar a los que se aventurasen por los desfiladeros. Cuando vio de lejos los estandartes de Castilla, AragĆ³n y Navarra se le debiĆ³ de quedar una cara digna de una letrilla de frontera, de esas que cantaban los trovadores de entonces.

Al amanecer del 16 de julio dio comienzo la batalla. Los cristianos se habĆ­an organizado en tres cuerpos, cada uno de ellos mandado por un monarca: en el centro el de Castilla, a su izquierda el de AragĆ³n y a la derecha el de Navarra. En la vanguardia, el SeƱor de Vizcaya con los caballeros templarios, los del Hospital y los de Calatrava. El as que Alfonso se guardaba en la manga era un novedoso cuerpo de retaguardia formado por caballerĆ­a experta que, de primeras, no entrarĆ­a en combate. Lo harĆ­a avanzada la batalla, para auxiliar al flanco mĆ”s dĆ©bil o dar el remate al enemigo ya derrotado.

Eso Al Nasir no lo sabĆ­a, por lo que siguiĆ³ la tĆ”ctica tradicional de los ejĆ©rcitos Ć”rabes: mucha carne de caĆ±Ć³n al principio, formada por los infelices que acudĆ­an al llamado de la guerra santa, tropas ligeras que dispersasen las cargas de la infanterĆ­a cristiana, a la que seguĆ­an las tropas profesionales y los arqueros turcos. Como guinda final, si todo lo anterior fallaba, una guarniciĆ³n de almohades africanos bien armada y entrenada, y el llamado "palenque", donde se encontraba la tienda del califa, defendido por un grupo de fanĆ”ticos, los desposados, que se juramentaban ante el CorĆ”n para dejarse la vida en el campo de batalla. Se encadenaban por las rodillas para no retroceder, es decir, para repeler el ataque o morir; por AlĆ”, claro.

Diego LĆ³pez de Haro levantĆ³ su espada y a grito pelado ordenĆ³ el ataque. Su hijo, que le acompaƱaba en el brete, le dijo: "Padre, que lo hagĆ”is de modo que no me llamen hijo de traidor", a lo que el audaz vizcaĆ­no repuso: "Os llamarĆ”n hijo de puta, pero no hijo de traidor". Lo decĆ­a porque su mujer, un tanto casquivana, le habĆ­a abandonado. Los vascos siempre han sido asĆ­ de leales, y de tremendos. La carga de LĆ³pez de Haro fue tan formidable que llevĆ³ sus tropas hasta donde se encontraban los soldados almohades. AllĆ­ se enzarzĆ³ hasta que su situaciĆ³n se tornĆ³ insostenible.

Los reyes, que veĆ­an desde un altozano la polvareda levantada en la refriega, acordaron que era el momento de intervenir. Alfonso, consciente de que se jugaba todo en ese lance, mirĆ³ a XimĆ©nez de Rada y le dijo, solemne: "Arzobispo, aquĆ­, vos y yo moriremos". El religioso, mucho mĆ”s optimista, le replicĆ³: "No, mi seƱor. AquĆ­, vos y yo venceremos". Se produjo entonces la cĆ©lebre carga de los tres reyes. Su objetivo no era auxiliar a LĆ³pez de Haro sino al palenque, que se encontraba algo desprotegido.

Sancho VIII fue el primero en llegar a la lĆ­nea de los desposados: los acuchillĆ³ y rompiĆ³ tanto las cadenas que los unĆ­an como las que guardaban la tienda del miramamolĆ­n. Esas cadenas pasarĆ­an al escudo de Navarra. Y ahĆ­ siguen, ondeando gallardas en las banderas navarras y espaƱolas.

Al Nasir huyĆ³ precipitadamente para salvar el pellejo, mientras su ejĆ©rcito se venĆ­a abajo. Los reyes ordenaron perseguir a los moros, que desertaban en todas direcciones, para evitar que se reagrupasen. El pendĆ³n del califa fue recogido de la ensangrentada tienda –o de lo que quedaba de ella– de Al Nasir y enviado a Burgos, donde se conserva primorosamente en el Monasterio de las Huelgas.

Ya de noche, los obispos congregados, que eran unos cuantos, entonaron un sentido Te Deum. Aprovechando que el ejĆ©rcito almohade habĆ­a sido aniquilado, Alfonso, Sancho y Pedro decidieron quedarse en AndalucĆ­a para consolidar la posiciĆ³n. Tomaron ƚbeda, Baeza y algunos castillos menores. Alfonso dio asĆ­ cumplida venganza a la derrota de Alarcos y, en gratitud por la ayuda prestada, se reconciliĆ³ con navarros y leoneses, accediendo a sus reclamaciones territoriales. Eso le valiĆ³ el sobrenombre de el Noble.

El regreso a Toledo del gran vencedor de las Navas fue glorioso. La gesta pasĆ³ a engrosar el repertorio de los juglares y fue celebrada en toda Europa. Al Nasir, humillado y vencido, volviĆ³ a Marrakech, donde morirĆ­a aƱos despuĆ©s, resentido aĆŗn por los palos que le habĆ­an dado en Sierra Morena.

Era sĆ³lo el principio. La puerta del valle del Guadalquivir estaba abierta de par en par por primera vez en cinco siglos. Los cristianos no dejaron pasar la ocasiĆ³n. AndalucĆ­a merecĆ­a el esfuerzo.


Autor:fernando diaz Villanueva


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1 comentarios:

  1. Buenas,este acontecimiento esta considerado como una cruzada¿Verdad?.Me parece que si no llega a ser por estos tres reyes,en EspaƱa y algun pais mas de Europa rezariamos cinco veces diarias a la Meca hoy en dia.Tengo la sensacion que en EspaƱa no se honra a sus heroes y se esconde,se olvida su historia.En Inglaterra y Estados Unidos eso no ocurre.Un saludo y muy buen trabajo.Animo.

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